Devoción

La danza de Meera en el templo


La devoción es un modo de mezclarse y fundirse con la existencia. No es una peregrinación; simplemente es perder todos los límites que te separan de la existencia: es una historia de amor. Amar es mezclarse con un individuo, la profunda intimidad de dos corazones; tan profunda que los dos corazones empiezan a bailar la misma armonía. Aunque los corazones son dos, la armonía es una, la música es una, la danza es una. Lo que es el amor entre los individuos, es la devoción entre un individuo y la totalidad de la existencia. El individuo baila en las olas del océano, baila en los árboles que bailan al sol, baila con las estrellas. Su corazón responde a la fragancia de las flores, a las canciones de los pájaros, a los silencios de la noche. La devoción es la muerte de la personalidad. Abandonas voluntariamente lo que es mortal en ti; sólo queda lo inmortal, sólo queda lo eterno, lo que no conoce la muerte. Y naturalmente eso que no muere, que siempre sigue adelante, que no conoce principio ni fin, no puede ser separado de la existencia. La devoción es la forma más elevada de amor.
Sabes que Jesús dijo: «Dios es amor». Si lo hubiese dicho una mujer, la frase sería: «Amor es Dios». Dios debe ser secundario; es una hipótesis mental. Pero el amor palpita en cada corazón. Hemos visto a personas como Meera... Pero sólo mujeres muy valientes podían atreverse a salir del sistema social represivo. Ella pudo hacerlo porque era una reina, aunque su propia familia trató de matarla porque bailaba por las calles, cantando canciones. Su familia no podía tolerarlo.

Particularmente en India, y en Rajasthan, la mujer está muy reprimida. Y una mujer de la belleza de Meera, bailando en la calle, cantando canciones de alegría... Había un templo en Vridavan, donde Krishna residió. Se construyó un gran templo en su memoria, y en aquel templo no se permitía entrar a ninguna mujer. A las mujeres sólo se las permitía estar en el exterior y tocar los escalones del templo. Nunca veían la estatua de Krishna que estaba dentro porque el sacerdote era inflexible.

Cuando llegó Meera, el sacerdote temía que entrara en el templo. Puso a dos hombres con espadas para guardar la puerta, espadas desenvainadas, para impedir que Meera entrara. Pero cuando llegó —y estas personas son muy escasas, una brisa tan radiante, una danza tan hermosa, una canción que pone en palabras lo que no se puede poner en palabras— los guardias olvidaron qué hacían allí y Meera entró bailando en el templo.

Era el momento en que el sacerdote adoraba a Krishna. El plato, lleno de flores, se le cayó al suelo cuando vio a Meera. Estaba enfadadísimo y le dijo: —Has roto una regla que tiene cientos de años.

—¿Qué regla? —dijo ella.

—Ninguna mujer puede entrar aquí. ¿Y puedes imaginar cuál fue la respuesta? Eso es valor... Meera dijo: —¿Entonces cómo has entrado tú? Excepto el uno, el trascendente, el amado, todos somos mujeres. ¿Piensas que hay dos hombres en el mundo, tú y él? Olvida ese sin sentido.
Ciertamente tenía razón. Una mujer llena de corazón considera la existencia como el amado. Y la existencia es una.

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