Lincoln: Cuestión Personal
Muchos años han pasado desde que Steven Spielberg declaró su intención de realizar un film sobre el 16° Presidente Norteamericano, Abraham Lincoln. Desde el principio se especuló que Tom Hanks se encargaría del protagónico, posteriormente se dijo que sería Liam Neeson, finalmente Daniel Day-Lewis se hace cargo de tan importante papel. Con un guion de Tony Kurshner, que adapta el libro Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, best seller de Doris Kearns Goodwin, Spielberg finalmente presenta el film bajo el nombre de Lincoln.
1865, en el ocaso de la Guerra de Secesión, la Cámara de Representantes está a punto de votar la Decimotercera Enmienda Constitucional, por la cual se aboliría la esclavitud al reconocer a todas las personas iguales ante la ley. El alma del país está en juego, ya que delegados confederados pretenden entablar una tregua a la conflagración, y el presidente Abraham Lincoln (Daniel Day-Lewis) planifica que se lleve lo antes posible tan votación pues considera que sólo de esa forma terminara la guerra.
Para Steven Spielberg el cine histórico no es un asunto nuevo, simplemente recordemos la demoledora La Lista de Schindler, la épica y violenta Rescatando al Soldado Ryan o la reflexiva Múnich, en ellas el realizador aspira a mostrarnos que para conseguir que prevalezca el bien común se deben hacer sacrificios, por duros y desagradables que sean y que siempre existirán buenas personas que lucharan por causas nobles.
Para demostrarnos el punto anterior el film gira en torno a Lincoln y su obsesión por que se vote a favor de la Decimotercera Enmienda, y para ello el director y el guionista humanizan la figura histórica, el mito en que se convirtió el presidente, y es que a final de cuentas es un ser humano idealista que posee un don para la oratoria pero que también tiene miedos y dudas, que vive un irrespirable ambiente matrimonial y familiar aunado a los problemas políticos que tiene que lidiar como presidente de una nación en guerra. Pero también nos encontramos con un político que usara cualquier medio para conseguir su cometido aun cuando ello signifique alargar la Guerra. Al contrario de lo que pudiera parecer no se relata la vida de Abraham Lincoln sino cómo consiguió sacar adelante su proyecto de ley. Así la película se desarrolla como un drama histórico que avanza por medio de conversaciones, intrigas, acuerdos y desacuerdos políticos pero que lanza un mensaje humanista que encauza con el cine característico del director.
A pesar tener un trasfondo bélico, Spielberg apenas muestra secuencias de acción y encausa todos sus esfuerzos en analizar los métodos utilizados por la clase política en dicho momento histórico, quedando de manifiesto que pocos, muy pocos apoyaban la proclamación de la enmienda constitucional y para convencerlos de que votaran a favor el presidente recurre a diversas maniobras y dispositivos diplomáticos incluso llega a requerir a procesos difíciles de justificar legalmente. Se trata de una disección de la política y sus metodologías, en ocasiones poco éticas, que permiten el prevalecer la democracia.
En Lincoln, el director se rehúsa a la aceptación pública con monólogos entusiastas y superfluos por parte de un presidente idealista y pragmático, aunque si llega a darle a un par de momentos cierto tono frívolo, chantajista y pretensioso, en cambio, tanto Tony Kushner como el propio Spielberg, muestran a un hombre que busca la cercanía y la comprensión, sin necesidad de que lo halaguen ni ensalcen, ya que a final de cuentas es un hombre común capaz de contar acertadas anécdotas con tal de enfatizar un punto de vista, un padre y esposo que tiene problemas familiares y que intenta resolverlos, un político que no dudara en usar su fuero para hacer prevalecer su voluntad y un idealista adelantado a su tiempo que pago las consecuencias por su principios.
En Lincoln nos encontramos una vez más con la genialidad del director pero también con una madurez tras una trayectoria de impecable valía y que apuntala con este magistral y visualmente impecable film. La dirección de Spileberg no sería lo mismo sin el apoyo de sus colaboradores habituales. La fotografía de Janusz Kaminski es una maravilla, al retratar cada momento con un excepcional uso tratamiento de la luz, tanto natural como artificial. La música de John Williams aparece en momentos muy puntuales, funcionando como perfecto acompañamiento. La cadencia del montaje de Michael Kahn o el minucioso e impresionante diseño de producción de Rick Carter, contribuyen a hacer del filme un episodio épico de pujanza expresiva inalterable.
Por otra parte, nos encontramos con aclamadas interpretaciones, tanto de los principales como de los secundarios, y es que Steven Spileberg es muy buen director de actores, que siempre tiene atino al seleccionar intérpretes de primer orden. Por un lado tenemos a David Strathairn como William Seward, mano derecha del Presidente; Jared Harris, Jefe del Ejército de la Unión Ulisses S. Grant; Joseph Gordon-Levitt, Robert Lincoln, quien insiste en alistarse para la Unión; James Spader, John Hawkes y Tim Blake Nelson como Bilbo, Latham y Schell, un trio que realizan labor de convencimiento entre los legisladores; Hal Holbrook, Preston Blair, político que funciona como pieza clave en los planes del Presidente; Jackie Earl Haley, delegado confederado Alexander Stephens. Todos están muy bien en sus respectivos roles, pero los que destacan sobre el resto son: Sally Field que dar vida a Mary Todd Lincoln, una mujer que sufre debido a los premonitorios sueños de su esposo y la pena de perder a un hijo. Tommy Lee Jones personifica al huraño pero humanitario abolicionista Thaddeus Stevens. Y frente a todos ellos, nos encontramos con Daniel Day-Lewis, un actor del método Stanislavski, que se mimetiza tras el personaje que le ha tocado interpretar, consiguiendo que creamos que estemos viendo en todo momento al viejo Presidente. El trabajo del irlandés es digno de todo elogio posible haciendo del personaje alguien cercano, cálido, con sentido del humor, un líder que infunde respeto mediante la comprensión, la tolerancia y la calma. Soberbia interpretación que redimensiona a su personaje con asombrosa percepción íntima en todas sus facetas; como presidente, esposo, padre y hombre, realizando otro de esos inalcanzables trabajos que suele regalar. Es él quien cristaliza la reflejo humano de una persona admirable, con defectos y virtudes.
Lincoln se volverá una película clásica e imperdible gracias al talento, invención y energía de su director al contar una historia crucial y de un hombre al centro de la vorágine, que actuó creyendo que hacía lo correcto.
1865, en el ocaso de la Guerra de Secesión, la Cámara de Representantes está a punto de votar la Decimotercera Enmienda Constitucional, por la cual se aboliría la esclavitud al reconocer a todas las personas iguales ante la ley. El alma del país está en juego, ya que delegados confederados pretenden entablar una tregua a la conflagración, y el presidente Abraham Lincoln (Daniel Day-Lewis) planifica que se lleve lo antes posible tan votación pues considera que sólo de esa forma terminara la guerra.
Para Steven Spielberg el cine histórico no es un asunto nuevo, simplemente recordemos la demoledora La Lista de Schindler, la épica y violenta Rescatando al Soldado Ryan o la reflexiva Múnich, en ellas el realizador aspira a mostrarnos que para conseguir que prevalezca el bien común se deben hacer sacrificios, por duros y desagradables que sean y que siempre existirán buenas personas que lucharan por causas nobles.
Para demostrarnos el punto anterior el film gira en torno a Lincoln y su obsesión por que se vote a favor de la Decimotercera Enmienda, y para ello el director y el guionista humanizan la figura histórica, el mito en que se convirtió el presidente, y es que a final de cuentas es un ser humano idealista que posee un don para la oratoria pero que también tiene miedos y dudas, que vive un irrespirable ambiente matrimonial y familiar aunado a los problemas políticos que tiene que lidiar como presidente de una nación en guerra. Pero también nos encontramos con un político que usara cualquier medio para conseguir su cometido aun cuando ello signifique alargar la Guerra. Al contrario de lo que pudiera parecer no se relata la vida de Abraham Lincoln sino cómo consiguió sacar adelante su proyecto de ley. Así la película se desarrolla como un drama histórico que avanza por medio de conversaciones, intrigas, acuerdos y desacuerdos políticos pero que lanza un mensaje humanista que encauza con el cine característico del director.
A pesar tener un trasfondo bélico, Spielberg apenas muestra secuencias de acción y encausa todos sus esfuerzos en analizar los métodos utilizados por la clase política en dicho momento histórico, quedando de manifiesto que pocos, muy pocos apoyaban la proclamación de la enmienda constitucional y para convencerlos de que votaran a favor el presidente recurre a diversas maniobras y dispositivos diplomáticos incluso llega a requerir a procesos difíciles de justificar legalmente. Se trata de una disección de la política y sus metodologías, en ocasiones poco éticas, que permiten el prevalecer la democracia.
En Lincoln, el director se rehúsa a la aceptación pública con monólogos entusiastas y superfluos por parte de un presidente idealista y pragmático, aunque si llega a darle a un par de momentos cierto tono frívolo, chantajista y pretensioso, en cambio, tanto Tony Kushner como el propio Spielberg, muestran a un hombre que busca la cercanía y la comprensión, sin necesidad de que lo halaguen ni ensalcen, ya que a final de cuentas es un hombre común capaz de contar acertadas anécdotas con tal de enfatizar un punto de vista, un padre y esposo que tiene problemas familiares y que intenta resolverlos, un político que no dudara en usar su fuero para hacer prevalecer su voluntad y un idealista adelantado a su tiempo que pago las consecuencias por su principios.
En Lincoln nos encontramos una vez más con la genialidad del director pero también con una madurez tras una trayectoria de impecable valía y que apuntala con este magistral y visualmente impecable film. La dirección de Spileberg no sería lo mismo sin el apoyo de sus colaboradores habituales. La fotografía de Janusz Kaminski es una maravilla, al retratar cada momento con un excepcional uso tratamiento de la luz, tanto natural como artificial. La música de John Williams aparece en momentos muy puntuales, funcionando como perfecto acompañamiento. La cadencia del montaje de Michael Kahn o el minucioso e impresionante diseño de producción de Rick Carter, contribuyen a hacer del filme un episodio épico de pujanza expresiva inalterable.
Por otra parte, nos encontramos con aclamadas interpretaciones, tanto de los principales como de los secundarios, y es que Steven Spileberg es muy buen director de actores, que siempre tiene atino al seleccionar intérpretes de primer orden. Por un lado tenemos a David Strathairn como William Seward, mano derecha del Presidente; Jared Harris, Jefe del Ejército de la Unión Ulisses S. Grant; Joseph Gordon-Levitt, Robert Lincoln, quien insiste en alistarse para la Unión; James Spader, John Hawkes y Tim Blake Nelson como Bilbo, Latham y Schell, un trio que realizan labor de convencimiento entre los legisladores; Hal Holbrook, Preston Blair, político que funciona como pieza clave en los planes del Presidente; Jackie Earl Haley, delegado confederado Alexander Stephens. Todos están muy bien en sus respectivos roles, pero los que destacan sobre el resto son: Sally Field que dar vida a Mary Todd Lincoln, una mujer que sufre debido a los premonitorios sueños de su esposo y la pena de perder a un hijo. Tommy Lee Jones personifica al huraño pero humanitario abolicionista Thaddeus Stevens. Y frente a todos ellos, nos encontramos con Daniel Day-Lewis, un actor del método Stanislavski, que se mimetiza tras el personaje que le ha tocado interpretar, consiguiendo que creamos que estemos viendo en todo momento al viejo Presidente. El trabajo del irlandés es digno de todo elogio posible haciendo del personaje alguien cercano, cálido, con sentido del humor, un líder que infunde respeto mediante la comprensión, la tolerancia y la calma. Soberbia interpretación que redimensiona a su personaje con asombrosa percepción íntima en todas sus facetas; como presidente, esposo, padre y hombre, realizando otro de esos inalcanzables trabajos que suele regalar. Es él quien cristaliza la reflejo humano de una persona admirable, con defectos y virtudes.
Lincoln se volverá una película clásica e imperdible gracias al talento, invención y energía de su director al contar una historia crucial y de un hombre al centro de la vorágine, que actuó creyendo que hacía lo correcto.
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