Iluminación
Por qué Buda espera en las puertas del cielo
Hagas lo que hagas, hazlo en profunda alerta; entonces, incluso las mínimas cosas se vuelven sagradas. Entonces cocinar o limpiar se vuelven algo sagrado; se convierten en una adoración. La cuestión no reside en lo que haces, sino en cómo lo haces. Puedes limpiar el suelo como un robot, de manera mecánica; como tienes que limpiarlo, lo limpias; entonces te pierdes algo precioso. Limpiar el suelo podría haber sido una gran experiencia; te la has perdido. El suelo queda limpio, pero ha dejado de ocurrir algo que podría haber ocurrido dentro de ti. Si eres consciente, si estás alerta, además del suelo, tú mismo habrías recibido una profunda limpieza. Limpia el suelo con plena conciencia, irradiando conciencia. Trabaja, siéntate o camina, pero hay algo que tiene que ser un hilo continuo: ilumina más y más momentos de tu vida con la luz de la conciencia. Deja que la vela de la conciencia arda en todo momento, en cada acto. El efecto acumulativo de esta práctica es la iluminación. El efecto acumulativo, juntando todos los momentos, todas las pequeñas velas, se convierten en una gran fuente de luz.
Limpia el suelo con plena conciencia, irradiando conciencia. Trabaja, siéntate o camina, pero hay algo que tiene que ser un hilo continuo: ilumina más y más momentos de tu vida con la luz de la conciencia. Deja que la vela de la conciencia arda en todo momento, en cada acto. El efecto acumulativo de esta práctica es la iluminación. El efecto acumulativo, juntando todos los momentos, todas las pequeñas velas, se convierten en una gran fuente de luz.
Limpia el suelo con plena conciencia, irradiando conciencia. Trabaja, siéntate o camina, pero hay algo que tiene que ser un hilo continuo: ilumina más y más momentos de tu vida con la luz de la conciencia. Deja que la vela de la conciencia arda en todo momento, en cada acto. El efecto acumulativo de esta práctica es la iluminación. El efecto acumulativo, juntando todos los momentos, todas las pequeñas velas, se convierten en una gran fuente de luz.
Cuenta la historia que cuando Gautama Buda murió, llegó a las puertas del paraíso. Esas puertas raras veces se abren, sólo una vez cada muchos siglos; los visitantes no llegan todos los días y cuando alguien llega a sus puertas, todo el paraíso lo celebra. Una conciencia más ha conseguido florecer y la existencia es mucho más rica de lo que era antes.
Las puertas estaban abiertas y el resto de los iluminados que habían entrado antes al paraíso... porque en el budismo no hay Dios, pero los iluminados son divinos: por tanto, hay tantos dioses como seres iluminados. Todos se habían reunido en las puertas con música, canciones y danzas. Querían dar la bienvenida a Gautama Buda pero, para su sorpresa, él estaba de pie dando la espalda a las puertas. Su rostro todavía miraba a la distante orilla que había dejado atrás.
Ellos dijeron, "Qué extraño. ¿A quién espera?"
Y se dice que el Buda respondió, "Mi corazón no es tan pequeño. Estoy esperando a aquellos a los que he dejado atrás y siguen luchando en el camino. Son mis compañeros de viaje. Podéis mantener las puertas cerradas, tendréis que esperar un poco para celebrar mi entrada en el paraíso porque he decidido ser el último en atravesarlas. Cuando todos se hayan iluminado y hayan entrado por la puerta, cuando no quede nadie fuera, entonces será mi momento de entrar."
Esta historia es una historia, no puede ser un hecho real. No es algo que dependa de uno; cuando te iluminas entras en la fuente universal de la vida. No es una cuestión de elección o de decisión. Pero la historia es que él sigue intentándolo, incluso después de morir. Esta historia surgió de lo que dijo que iba a hacer el último día antes de morir: que os esperaría a todos.
Ya no puede esperar más, ya ha esperado mucho más de lo que le correspondía. Ya debería haberse ido pero, viendo tu desgracia y tu sufrimiento, de algún modo sigue allí. Pero cada vez la espera se hace más imposible. Tendrá que dejarte atrás —con desgana— pero te esperará en la otra orilla. No entrará en el paraíso porque hizo una promesa: «No olvidéis que estaré allí esperándoos durante siglos. Pero daos prisa, no me defraudéis, y no me hagáis esperar demasiado».
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