Ser Discípulo
Los muchos profesores de Junnaid
Ninguna situación carece de lecciones, ninguna en absoluto. Todas las situaciones están preñadas, pero esto es algo que tienes que descubrir; superficialmente puede no parecer que es así. Tienes que estar alerta, tienes que mirar todos los aspectos de la situación.
A uno de los grandes maestros sufíes, Junnaid, le preguntaron cuando se estaba muriendo... su primer discípulo se acercó a él y le preguntó: «Maestro, nos dejas. Siempre hemos tenido una pregunta en mente pero nunca hemos tenido coraje suficiente para hacértela. ¿Quién fue tu Maestro? Todos tus discípulos sentimos esa curiosidad porque nunca te hemos oído hablar de tu Maestro».
Junnaid abrió los ojos y dijo: —Me resultará muy difícil responder porque he aprendido de casi todos. Toda la existencia ha sido mi Maestra. He aprendido de cada suceso ocurrido en mi vida. Y estoy contento de todo lo que me ha ocurrido, porque gracias a todo ese aprendizaje he llegado.
Para satisfacer vuestra curiosidad os voy a dar tres ejemplos. El primero: tenía mucha sed y me dirigía hacia el río con mi cuenco, mi única posesión. Cuando llegué al río, un perro vino corriendo, saltó al río y comenzó a beber.
Le observé un momento y arrojé el cuenco lejos de mí; me di cuenta de que era inútil. Un perro puede vivir sin él. Yo también salté dentro del río y bebí todo lo que quise. Como había saltado al río, todo mi cuerpo se refrescó. Me senté en el río durante unos segundos, di las gracias al perro y toqué sus pies con profundo respeto porque me había enseñado una lección.
Lo había dejado todo, todas las posesiones, pero tenía cierto apego por mi cuenco. Era muy hermoso, bellamente tallado y siempre pensaba que alguien podría robármelo. De noche lo ponía debajo de mi cabeza, como almohada, para que nadie me lo quitara. Era mi último apego, y el perro me ayudó. Quedó muy claro: si un perro puede arreglárselas sin cuenco de mendigar... Yo soy un hombre, ¿por qué no iba a poder arreglármelas? Aquel perro fue uno de mis Maestros.
Segundo —dijo Junnaid— me perdí en el bosque y cuando llegué al pueblo más cercano ya era media noche. Todo el mundo estaba dormido. Deambulé por allí para ver si encontraba a alguien despierto que pudiera darme cobijo, hasta que me encontré con un hombre. Le dije: —Parece que tú y yo somos los únicos que estamos despiertos en todo el pueblo. ¿Puedes acogerme esta noche?
El hombre dijo: —Puedo ver por tu túnica que eres un monje sufí* y me siento un poco avergonzado de llevarte a mi casa. Estoy más que dispuesto, pero debo advertirte quién soy. Soy un ladrón; ¿te gustaría ser el invitado de un ladrón?
Junnaid dudó un momento. El ladrón dijo: —Mira, es mejor que te lo haya dicho. Parece que dudas. El ladrón está dispuesto pero el místico duda de entrar en casa de un ladrón, como si el místico fuera más débil que el ladrón. De hecho, soy yo el que debería tener miedo de ti: ¡Podrías cambiarme, podrías transformar mi vida! Invitarte supone un riesgo para mí, pero no tengo miedo. Te doy la bienvenida. Ven a mi casa. Come, bebe, duerme y quédate el tiempo que desees porque vivo solo y gano lo suficiente. Puedo mantener a otra persona. Y será muy agradable charlar contigo de las grandes cosas. Pero pareces dudar.
Y Junnaid se dio cuenta de que lo que el ladrón le decía era verdad. Pidió perdón. Tocó los pies del ladrón y dijo: —Sí, mi enraizamiento en mi propio ser aún es muy débil. Eres un hombre fuerte y me gustaría ir a tu casa. Y me gustaría quedarme un poco más, no sólo esta noche. ¡Yo también quiero fortalecerme!
— ¡Vamos! —dijo el ladrón. Alimentó al sufí, le dio de beber, le ayudó a prepararse la cama y le dijo: —Ahora me iré. Tengo que hacer mi trabajo. Vendré temprano por la mañana. El ladrón volvió a primera hora de la mañana. Junnaid le preguntó: — ¿Has tenido éxito?
—No, hoy no, pero mañana ya veremos —dijo el ladrón.
Y esto continuó durante treinta días: el ladrón salía cada noche y volvía cada mañana con las manos vacías. Pero nunca estaba triste, ni frustrado —ni un signo de fracaso en el rostro, siempre estaba feliz— y decía: —No importa. He puesto lo mejor de mí en el intento. Hoy no he podido encontrar nada pero mañana volveré a intentarlo. Y, Dios mediante, mañana puede suceder lo que no ha sucedido hoy.
Al mes, Junnaid se fue, y durante años trató de alcanzar la realización, aunque siempre fracasaba. Pero cuando pensaba en abandonar su proyecto, se acordaba del ladrón con su cara sonriente diciendo: «Dios mediante, lo que no ha sucedido hoy puede suceder mañana».
Recuerdo que el ladrón fue uno de mis mayores Maestros —dijo Junnaid—. Sin él no sería lo que soy.
Y tercero —dijo Junnaid— entré en un pueblecito. Un niño llevaba una vela encendida. Evidentemente iba hacia algún pequeño templo de la localidad para dejar la vela ardiendo durante la noche.
Y Junnaid le preguntó: — ¿Puedes decirme de dónde viene la luz? Has encendido la vela, de modo que has tenido que verlo. ¿Cuál es la fuente de la luz?
— ¡Espera! —Dijo en niño riéndose, y apagó la vela delante de Junnaid—. ¿Has visto cómo se ha ido la luz? ¿Puedes decirme adónde ha ido? Si me dices adónde ha ido, te diré de dónde viene, porque es el mismo lugar. Ha vuelto a su fuente.
—He estado con grandes filósofos pero nadie me ha dicho algo tan hermoso: 'Ha vuelto a su fuente'. Todo acaba volviendo a su fuente. Además, el niño me ha hecho tomar conciencia de mi ignorancia. Estaba tratando de gastarle una broma y he salido trasquilado. Me ha mostrado que plantear preguntas necias — ¿de dónde ha venido la luz?— no es inteligente. Viene de ninguna parte, de la nada; y vuelve a ninguna parte, a la nada.
Toqué los pies del niño —continuó Junnaid—. Él se quedó sorprendido y dijo: — ¿Por qué me tocas los pies? —Eres mi Maestro —respondió Junnaid—, me has enseñado algo. Me has dado una gran lección, una gran comprensión.
Desde ese momento he estado meditando sobre la nada y, poco a poco, he ido entrando en ella. Y ahora llegará el momento final en que la vela se apagará, la luz se apagará. Y yo sé dónde voy; a la misma fuente.
Recuerdo a ese niño con profundo agradecimiento. Todavía puedo verlo delante de mí, soplando su vela.
* La palabra sufí viene de suf; suf significa lana, una prenda de lana. Los sufíes han utilizado prendas de lana durante siglos; de ahí viene su nombre, de la ropa que llevan.
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