Conciencia
María Magdalena y el perfume inapreciable
La sociedad te dice una y otra vez: «Esto está bien y eso está mal»; a eso se le llama conciencia. Es algo que se instaura, se implanta en ti, y tú lo vas repitiendo. Carece de valor, no es auténtico. Lo real es tu verdadera conciencia. No tiene respuestas preparadas respecto a lo que está bien y lo que está mal, no. Sin embargo, en cualquier situación que surja, te da luz inmediatamente: sabes qué hacer al instante.
Normalmente tu mente estaría de acuerdo con Judas. Era un hombre muy culto, sofisticado, un pensador. Y fue el traidor: vendió a Jesús por treinta monedas de plata. Pero, cuando crucificaron a Jesús, empezó a sentirse culpable. Así suelen funcionar los hombres buenos: empezó a sentirse muy culpable, su conciencia empezó a presionarle. Y acabó suicidándose.
Era un hombre bueno, tenía conciencia, pero no era consciente. Esta distinción tiene que sentirse en toda su profundidad. La conciencia es algo prestado, dado por la sociedad; la consciencia es algo que tienes que conseguir por ti mismo. La sociedad te enseña lo que está bien y lo que está mal: haz esto y no hagas lo otro. Te da la moralidad, el código, las reglas del juego: ésa es tu conciencia. Por fuera, el policía, por dentro, la conciencia: así es como te controla la sociedad.
Judas tenía conciencia, pero Jesús era consciente. A Jesús le importaba más el amor de María Magdalena. Era algo tan profundo que impedir que lo mostrara le habría herido; se habría quedado encogida por dentro. Verter el perfume en los pies de Jesús sólo era un gesto. Detrás de ese gesto, ella estaba diciendo: «Esto es todo lo que tengo, es lo más precioso que tengo. Verter agua sobre sus pies no sería suficiente; es demasiado barata. Me gustaría derramar mi corazón, me gustaría derramar todo mi ser...»
Pero Judas era un hombre de conciencia: miró al perfume y dijo: «Es caro». Estaba completamente ciego a la mujer y a su corazón. Lo material es el perfume, lo inmaterial es el amor. Pero Judas no podía ver lo inmaterial, para eso hacen falta los ojos de la consciencia.
Jesús fue a visitar la casa de María Magdalena. Magdalena estaba muy enamorada. Vertió un perfume muy caro sobre sus pies, toda la botella. Era un perfume especial y valioso; podría haberse vendido. Judas se quejó inmediatamente diciendo: —Deberías prohibir a la gente que hiciera estas tonterías. El perfume se ha perdido y hay gente pobre que no tiene qué comer. Podríamos haber distribuido el dinero entre los pobres.¿Con cuál de los dos habrías estado de acuerdo? Jesús parece derrochador y Judas tiene un sentido práctico. Judas habla de los pobres y Jesús simplemente dice: —Pronto me iré, deja que su corazón haga lo que ella quiera y no te entrometas con tu filosofía.
¿Qué dijo Jesús? Dijo: —No te preocupes, los pobres y los hambrientos siempre van a estar ahí, pero yo me iré. Siempre puedes servirlos —no hay prisa— pero yo me iré. Mira el amor, no el perfume precioso. Mira el amor de María, su corazón.
Normalmente tu mente estaría de acuerdo con Judas. Era un hombre muy culto, sofisticado, un pensador. Y fue el traidor: vendió a Jesús por treinta monedas de plata. Pero, cuando crucificaron a Jesús, empezó a sentirse culpable. Así suelen funcionar los hombres buenos: empezó a sentirse muy culpable, su conciencia empezó a presionarle. Y acabó suicidándose.
Era un hombre bueno, tenía conciencia, pero no era consciente. Esta distinción tiene que sentirse en toda su profundidad. La conciencia es algo prestado, dado por la sociedad; la consciencia es algo que tienes que conseguir por ti mismo. La sociedad te enseña lo que está bien y lo que está mal: haz esto y no hagas lo otro. Te da la moralidad, el código, las reglas del juego: ésa es tu conciencia. Por fuera, el policía, por dentro, la conciencia: así es como te controla la sociedad.
Judas tenía conciencia, pero Jesús era consciente. A Jesús le importaba más el amor de María Magdalena. Era algo tan profundo que impedir que lo mostrara le habría herido; se habría quedado encogida por dentro. Verter el perfume en los pies de Jesús sólo era un gesto. Detrás de ese gesto, ella estaba diciendo: «Esto es todo lo que tengo, es lo más precioso que tengo. Verter agua sobre sus pies no sería suficiente; es demasiado barata. Me gustaría derramar mi corazón, me gustaría derramar todo mi ser...»
Pero Judas era un hombre de conciencia: miró al perfume y dijo: «Es caro». Estaba completamente ciego a la mujer y a su corazón. Lo material es el perfume, lo inmaterial es el amor. Pero Judas no podía ver lo inmaterial, para eso hacen falta los ojos de la consciencia.
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