Gratitud

Una noche sin alojamiento


El momento en el que es uno es capaz de sentirse agradecido por el placer y el dolor, sin distinción, sin elección, simplemente sentirse agradecido por cualquier cosa que reciba... Porque si Dios nos da una cosa, debe ser por algo. Puede que nos guste, puede que nos disguste, pero debe ser necesario para nuestro crecimiento. Invierno y verano son necesarios para nuestro crecimiento. Una vez que esta idea se instaura en el corazón, cada momento de la vida es un momento de gratitud. Deja que esto se convierta en tu meditación y en tu oración: agradece a Dios cada momento: la risa, las lágrimas, todo. Entonces sentirás que surge un silencio desconocido de tu corazón. Es la bienaventuranza.

Lo primero de todo es aceptar la vida como es. Aceptándola, el deseo desaparece. Aceptando la vida como es, las tensiones desaparecen, el descontento desaparece; aceptándola como es, uno empieza a sentirse muy alegre sin razón alguna. Si existe un motivo, la alegría no será duradera. Si la alegría no tiene motivo, estará ahí para siempre.
Ocurrió en la vida de una famosa adepta zen. Se llamaba Rengetsu... Muy pocas mujeres han llegado hasta el final del camino zen. Ella era una de esas pocas mujeres.

Estaba haciendo una peregrinación. Llegó a un pueblo al atardecer y se puso a pedir alojamiento para esa noche, pero los aldeanos le cerraban sus puertas. Estaban en contra del zen. El zen es tan revolucionario, tan absolutamente rebelde, que resulta muy difícil de aceptar. Si lo aceptas te transformarás; si lo aceptas tendrás que pasar por el fuego y nunca volverás a ser el mismo. Las personas tradicionales siempre han estado en contra de la verdadera religión. La tradición es todo lo que es falso en la religión. Los aldeanos deben haber sido budistas tradicionales y no querían que la mujer pasara la noche en el pueblo; querían que se fuera.

Era una noche fría; la mujer no tenía alojamiento y estaba hambrienta. Tuvo que pasar la noche al abrigo de un cerezo del campo. Como hacía tanto frío no podía dormir bien. Y el lugar era peligroso, estaba lleno de animales salvajes. A medianoche el frío la despertó y vio, contra el cielo nocturno, las flores del cerezo totalmente abiertas, riendo a la brumosa luna. Sobrecogida por la belleza de la escena, se puso de pie e hizo una reverencia mirando hacia el pueblo, pronunciando estas palabras:

Gracias a su bondad al negarme alojamiento me he encontrado debajo de las flores esta noche de luna brumosa. Se sentía agradecida. Daba las gracias a quienes le habían negado alojamiento porque, si hubiera dormido bajo un techo, se habría perdido esta bendición: estas flores de cereza y estos susurros de la misteriosa luna, y el silencio de la noche, el absoluto silencio de la noche. No estaba enfadada, aceptaba la situación. Y no sólo la aceptaba y le daba la bienvenida; se sentía agradecida.

Uno se convierte en un buda en el momento en que acepta todo lo que la vida le trae, con gratitud.

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