Plegaria

El amor y la ley de Moisés


Permite que tus gestos sean vivos, espontáneos. Deja que sea tu conciencia la que decida sobre tu estilo de vida, tu pauta de vida. No permitas que nadie más lo decida. Eso es un pecado, permitir que lo decidan otros. ¿Por qué es un pecado?, porque nunca estarás en ello. Será algo superficial, será algo hipócrita. No preguntes a nadie cómo has de orar. Deja que el momento decida, deja que ese momento sea decisivo y la verdad del momento será tu oración. Y una vez que decidas que la verdad del momento te posea, empezarás a crecer y conocerás la tremenda belleza de la oración. Has entrado en el camino.
Iba paseando por el bosque y vio a un hombre rezar. El hombre estaba diciendo unas cosas tan absurdas que Moisés tuvo que pararse. Lo que el hombre decía era profano, sacrílego. Decía: «Dios, a veces te debes sentir muy solo; yo puedo venir y estar a tu lado como una sombra. ¿Por qué sentirte solo si yo te hago compañía? Y además no soy un inútil: te daré un buen baño y te quitaré las pulgas del pelo y del cuerpo...»

¡¿Pulgas?! Moisés no podía creérselo: ¿Qué está diciendo este hombre? «Y cocinaré para ti; mis guisos gustan a todo el mundo. Y te haré la cama y te lavaré la ropa. Cuando estés enfermo te cuidaré. Seré tu madre, tu esposa, un sirviente, un esclavo; puedo ser todo tipo de cosas. Basta con que me des una señal para que sepa que puedo venir...»

Moisés le hizo detenerse y dijo: — ¿Qué haces? ¿A quién hablas? ¿Pulgas en el pelo de Dios? ¿Que Él necesita un baño? ¡Basta de tonterías! Esto no es oración. Dios se sentirá ofendido por ti.

El hombre cayó a los pies de Moisés y dijo: —Lo siento. Soy un hombre iletrado e ignorante. No sé rezar. ¡Por favor, enséñame!

Así, Moisés le enseñó el modo correcto de rezar y se sentía muy feliz porque había puesto a un hombre en el camino justo. Feliz y con el ego un poco hinchado, Moisés se alejó. Y cuando estaba solo en el bosque, oyó una voz de trueno procedente del cielo que le decía:

—Moisés, te he enviado al mundo para que acerques a la gente a mí, para que hagas de puente, no para que alejes de mí a mis amantes. Y eso es exactamente lo que has hecho. Ese hombre era uno de los más cercanos. Vuelve y pídele perdón. ¡Retira tu plegaria! Has destruido toda la belleza de su diálogo. Él es sincero, es amoroso. Su amor es verdadero. Lo que decía, lo decía desde el corazón, no era un ritual. Ahora bien, lo que tú le has dado sólo es un ritual. Lo repetirá, pero sólo estará en sus labios; no será algo que salga de su ser.

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