Amor
El reto del rey a sus tres hijos
Recuerda, la semilla nunca corre peligro. ¿Qué peligros podrían afectar a la semilla? Está absolutamente protegida. Pero la planta siempre corre peligro, la planta es muy delicada. La semilla es como una piedra, dura, oculta tras una cáscara. Pero la planta tiene que soportar mil y un peligros. Y no todas las plantas alcanzarán la altura necesaria para florecer, para dar mil y una flores... Son pocos los seres humanos que llegan al segundo estadio, y muy pocos de los que alcanzan el segundo estadio llegan al tercero, el del florecimiento. ¿Por qué no pueden alcanzar ese tercer estadio, ese estadio de dar flores? Por la avaricia, por la mezquindad, no quieren compartir... por un estado de desamor. Hace falta coraje para convertirse en planta y hace falta amor para convertirse en flor. Una flor indica que el árbol está abriendo su corazón, soltando su perfume, dando su alma, derramando su ser sobre la existencia. No te quedes en la semilla. Reúne coraje, coraje para dejar el ego, coraje para abandonar las seguridades, coraje para dejar caer las certezas, coraje para ser vulnerable.
Un gran rey tenía tres hijos, y quería elegir a uno de ellos para ser su sucesor. Era muy difícil porque los tres eran muy inteligentes, muy valientes. ¿Cuál escoger? Entonces preguntó a un gran sabio, y el sabio le sugirió una idea...
El rey volvió a palacio y reunió a sus tres hijos. Dio a cada uno de ellos una bolsa de semillas de flores y les dijo que se iba a hacer una peregrinación: —Tardaré unos años; uno, dos, tres, o quizá más. Y esto es una especie de prueba para vosotros. Me tendréis que devolver las semillas cuando regrese. Quien las proteja mejor será mi sucesor. Y salió a hacer su peregrinación.
El primer hijo las encerró en un cofre de hierro porque tenía que devolvérselas a su padre tal como estaban. El segundo hijo pensó: «Si dejo las semillas encerradas como ha hecho mi hermano, se morirán. Y no puede decirse que una semilla muerta sea semilla en absoluto. Mi padre podría decir: 'Yo te he dado semillas vivas, que podían crecer, pero éstas están muertas; no pueden crecer'». Por eso se fue al mercado, vendió las semillas y se quedó el dinero. Y pensó: «Cuando mi padre regrese, volveré al mercado, compraré semillas nuevas y se las daré; serán mejores que las que él me dio a mí».
Pero el tercero fue el que mejor lo hizo. Fue al jardín y espació las semillas por todas partes.
Después de tres años, cuando el padre volvió, el primer hijo abrió su cofre. Todas sus semillas estaban muertas y olían mal. Y el padre dijo: — ¡Qué! ¿Son estas las semillas que yo te di? Aquellas podían crecer y dar flores de delicado perfume y estás apestan. ¡Estas no son mis semillas!
Fue al segundo hijo. Éste corrió al mercado, compró semillas, volvió a casa y dijo: —Éstas son las semillas. —Lo has hecho mejor que tu hermano mayor —dijo el padre—, pero no eres tan capaz como me gustaría.
El rey fue a su tercer hijo. Con gran esperanza y miedo en su corazón le dijo: — ¿Qué has hecho? Y el tercer hijo le llevó al jardín donde pudo ver millones de plantas florecientes, millones de flores por todo. Y el hijo dijo: —Estas son las semillas que me diste. Pronto recogeré las semillas y te las devolveré. Ya están casi listas para la recolección.
—Eres mi sucesor —dijo el padre—, esto es lo que hay que hacer con las semillas.
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