Deseo
La canastilla mágica del mendigo
Cuando deseas algo, tu gozo depende de eso. Si se te quita, te sientes miserable; si se te da, te sientes feliz. ¡Pero sólo por el momento! eso también se tiene que entender. Cuando tu deseo se cumple, sólo por el momento sientes gozo. Es momentáneo, porque una vez lo consigues, la mente vuelve a desear más, algo más.
La mente existe en el deseo; de ahí que la mente nunca te deje sin deseo. Si no tienes deseo, la mente muere inmediatamente. Éste es todo el secreto de la meditación.
Sólo hay dos tipos de personas en el mundo: la mayoría de ellas corren detrás de sombras, sus cuencos de mendigar seguirán con ellos hasta que se vayan a la tumba. Y una pequeña minoría, uno entre un millón, que deja de correr, abandona todos los deseos y no pide nada; y de repente lo encuentra todo dentro de sí.
La mente existe en el deseo; de ahí que la mente nunca te deje sin deseo. Si no tienes deseo, la mente muere inmediatamente. Éste es todo el secreto de la meditación.
Un mendigo llamó a la puerta de un emperador a primera hora de la mañana. El emperador iba a salir a dar un paseo matutino en su precioso jardín; de no ser por esta circunstancia hubiera sido difícil que el mendigo pudiera encontrarse con él. Pero en ese momento no había ningún guardián que lo impidiera.La historia es tremendamente significativa. ¿Has pensado alguna vez en tu propio cuenco de mendigar? Todo desaparece —poder, prestigio, respetabilidad, riqueza— todo desaparece y tu cuenco sigue con la boca abierta, pidiendo más. Y ese «más» te aleja del presente. El deseo, la añoranza de otra cosa te aleja de este momento.
El emperador dijo: — ¿Qué quieres? — ¡Piénsatelo dos veces antes de preguntar eso! —dijo el mendigo. El emperador nunca había visto antes a un hombre tan fiero; había batallado en la guerra, había obtenido grandes victorias y había dejado claro que no había nada más poderoso que él, y de repente este mendigo le dice: «¡Piensa dos veces lo que dices porque puede que no seas capaz de realizar mi deseo!»
El rey dijo: —No te preocupes, déjalo de mi cuenta; ¡pide lo que quieras y se realizará!
—Ves este cuenco de mendigar —dijo el mendigo—, ¡quiero que se llene! No me importa de qué, la única condición es que se llene, que esté lleno. Aún estás a tiempo de decir que no, pero si dices que sí, estás tomando un riesgo.
El emperador se puso a reír. Un cuenco de mendigar... ¿y me estás dando una advertencia? Le dijo a su ayudante de cámara que llenase el cuenco de diamantes para que aquel mendigo se enterase de a quién estaba pidiendo.
El mendigo volvió a decirle: —Piénsatelo dos veces. Y pronto empezó a quedar claro que el mendigo tenía razón, porque en el momento en que se vertían los diamantes en el cuenco, desaparecían.
Los rumores se extendieron inmediatamente por toda la capital y miles de personas se acercaron a observar lo que pasaba. Cuando las piedras preciosas se acabaron, el rey dijo: «Traed todo el oro y la plata, ¡traedlo todo! Mi reino e incluso mi integridad están amenazadas». Pero antes de llegar la noche había desaparecido todo y sólo quedaban dos mendigos, y uno de ellos había sido emperador.
Entonces el emperador dijo: —Antes de pedirte perdón por no escuchar tus avisos, por favor dime el secreto de este cuenco de mendigar.
—No hay ningún secreto —dijo el mendigo—. Lo he pulido de manera que parezca un cuenco, pero es una calavera humana. Todo lo que eches dentro de ella desaparecerá.
Sólo hay dos tipos de personas en el mundo: la mayoría de ellas corren detrás de sombras, sus cuencos de mendigar seguirán con ellos hasta que se vayan a la tumba. Y una pequeña minoría, uno entre un millón, que deja de correr, abandona todos los deseos y no pide nada; y de repente lo encuentra todo dentro de sí.
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