Midnight in Paris: Apología

Como es tradición dentro de la cinematografía de Woody Allen, lanza anualmente una producción bajo su firma y Midnight in Paris (Medianoche en París) corresponde al 2011.

Gil Pender (Owen Wilson) es un guionista cinematográfico y novelista en ciernes que se encuentra de vacaciones en París con su prometida Inez (Rachel McAdams), mientras realiza este viaje él queda enamorado de la ciudad y sus alrededores además de que añora haber podido vivir en los años 20’s en dicha ciudad y conocer a sus héroes literarios bohemios, deseo que se vuelve realidad cada noche a partir de la medianoche y con ello descubre que su propia realidad no es tan agradable como pretende creer.

Woody Allen siempre maneja elementos recurrentes como es la nostalgia, el amor, las relaciones de pareja, la muerte y conjuntamente muchos de sus protagonistas tienen características propias del autor y en esta ocasión no es la excepción ya que Owen Wilson es presentado como un guionista de cine tímido, soñador, modesto, que evoca el pasado aun cuando no vivió la época que tanto añora; aún cuando Allen nos muestra la alienización de Gil también nos explica que dicha postura es en realidad una forma deliberarse de su entorno frio y cínico que no le permite desarrollarse plenamente como ser humano y como escritor, y que solo se mantiene en el para evitar morirse de hambre pero si por él fuera lo hubiera abandonado hace tiempo y viviría en la época que el tanto desea. Con ello Allen nos demuestra que siempre debemos mantener la búsqueda de un lugar mejor, un lugar donde nos sintamos a gusto y en paz y donde de ser posible podamos vivir nuestros sueños antes de que terminemos por matarlos en medio de la rutina y la desesperanza. Es cierto que maneja el asunto de manera muy fantasiosa pues no es posible viajar al tiempo que nos hubiera gustado vivir pero si ejemplifica de manera clara que muchas veces solamente necesitamos voltear en otra dirección para descubrir el lugar idóneo para nosotros, salir de la rutina y esforzarnos nosotros mismos para continuar adelante y no convertirnos en unos viejos amargados solamente viviendo de sueños pasados.

Otro gran acierto de Woody Allen es el presentar a sus héroes artísticos, aquellos que le hubiera gustado conocer como por ejemplo tenemos a Ernest Hemingway, F. Scott y Zelda Fitzgerald, T.S. Eliot, Gertrude Stein, Cole Porter, Luis Buñuel, Pablo Picasso, Henri Matisse, Salvador Dalí, Man Ray, Joséphine Baker, Djuna Barnes, Juan Belmonte, Alice B. Toklas, etc. todos ellos presentados bajo la óptica idealizada del director y del protagonista que termina por fungir en cierta medida como el alter-ego del propio autor. En este último renglón Owen Wilson termina por demostrarnos que en el fondo es un gran actor y no solo un comediante más. En cuanto a los demás actores, Allen manifiesta una vez más su gran mano al momento de dirigir histriones obligándolos a mostrar de forma realista ante el público.

No muchos serán fanáticos del director neoyorkino, ni de su peculiar estilo de cine pero si les encantan las historias sencillas, inteligentes y con cierta añoranza denle una oportunidad, saldrán satisfechos de la proyección, de lo contrario busque un producto dominguero y vacuo.

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