Ego

La mujer y el cruce del río

El ego es un fenómeno social; es la sociedad, no eres tú. Pero te da una función en sociedad, un lugar en la jerarquía social. Y si te quedas satisfecho con él, perderás la oportunidad de encontrar tu verdadero ser. ¿Te has dado cuenta alguna vez de que a través del ego entran en ti todo tipo de desgracias? No puede hacerte dichoso; sólo puede hacerte desgraciado. El ego es el infierno. Cuando sufras, trata de observar y analizar, y descubrirás que de algún modo el ego es la causa del sufrimiento.
Dos monjes budistas están volviendo al monasterio y llegan a la orilla de un río. La corriente es muy fuerte, es un lugar montañoso. Una muchacha joven y muy hermosa está esperando allí a que alguien le ayude a cruzar. Teme entrar en el río sola.

Uno de los monjes, que es el mayor de los dos, por supuesto... como tiene más edad camina por delante: un juego del ego. Si eres mayor, tienes que caminar por delante; los monjes más jóvenes tienen que caminar un poco más atrás. El monje más anciano va el primero. La joven le pregunta: — ¿Me ayudaría? Bastaría con que me diese la mano. Me da miedo, la corriente es muy fuerte y el río tal vez sea profundo.

El anciano cierra los ojos; esto es lo que Buda había dicho a sus monjes, que si veían una mujer, en especial si es hermosa, debían cerrar los ojos. Es algo que me sorprende: ya la has visto y después cierras los ojos; si no la hubieses visto, ¿cómo sabrías que es mujer y que es hermosa? Ya te ha afectado, ¡y entonces cierras los ojos! Por tanto, el monje cierra los ojos y entra en el río sin responder a la mujer.

Entonces llega el segundo monje, el más joven. La muchacha tiene miedo, pero no puede hacer otra cosa: el sol está a punto de ocultarse, pronto se hará de noche. Por tanto, le pide al monje: — ¿Me darías la mano para ayudarme a cruzar, por favor? El río parece profundo y la corriente es muy fuerte... tengo miedo.

El monje dice: —Es profundo, lo sé, no basta con que te coja de la mano; siéntate sobre mis hombros y te llevaré al otro lado.

Cuando están llegando al monasterio, el monje más anciano pregunta al joven: —Escucha, compañero, has cometido un pecado y voy a informar de que no sólo tocaste a una mujer y hablaste con ella, ¡sino que la llevaste a hombros! Debes ser expulsado de la comunidad; no mereces ser un monje.

El joven simplemente se rió y dijo: —Parece que yo dejé a la muchacha en el suelo hace tres kilómetros y tú sigues llevándola a hombros. Hemos recorrido tres kilómetros y sigues preocupado por el incidente.

Ahora bien, ¿qué está ocurriendo con este viejo monje? La muchacha era preciosa; ha perdido la oportunidad. Está enfadado, celoso. Está lleno de sexualidad, está hecho un verdadero lío. El joven está completamente limpio. Cruzó el río con la muchacha y la dejó en la otra orilla, y eso es todo, la cosa acabó allí mismo.
Nunca luches con la avaricia, el ego, la ira, los celos, el odio; no puedes matarlos, no puedes aplastarlos, no puedes luchar con ellos. Lo único que puedes hacer es tomar conciencia de ellos y, en el momento en que tomas conciencia, desaparecen. Ante la luz, la oscuridad simplemente desaparece.

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