Todos somos México

Nadie sabe con certeza la definición correcta del mexicano, ya que esta se encuentra encerrada en una dualidad del espíritu contradictorio característico de nosotros: por un lado muchos somos relajados ante los acontecimientos que nos rodean, mientras que muchas veces nos conmueve la tristeza de nuestra situación de vida. Este tipo de comportamiento puede encontrarse en varias partes del mundo donde se viven situaciones similares a las que la sociedad mexicana vive día a día pero son las condiciones sociales e históricas específicas las que podrían definirnos mejor.



Como cada nacionalidad nos sentimos únicos y especiales, simplemente tenemos que recordar los chistes donde un mexicano entra en acción contra otros extranjeros y sale victorioso de formas inesperadas e ingeniosas, pero detrás de esa careta de ingenio se encuentra muchas veces un ser acomplejado que no puede dejar de resignarse ante los eventos que resultaron ser diferentes a como el esperaba. Octavio Paz escribió al respecto en El Laberinto de la Soledad: “La resignación es una de nuestras virtudes populares”, pues preferimos muchas veces dejar los asuntos como esta para evitar sentirnos defraudados otra vez que darle una solución inteligente. Nos sentimos inferiores, y acomplejados por nuestra herencia, renegamos de los indígenas por que se dejaron conquistar pero también del español conquistador pues vino a destruir el sistema establecido en su momento, pero también de los gringos, de los ingleses, de los franceses y demás por que ellos tienen y nosotros no, por que ellos no vinieron primero e impusieron sus normas, por que ellos tienen ideas y métodos de vida que nosotros quisiéramos tener. Roger Bartra desarrolla, en su obra La Jaula de la Melancolía, una metáfora donde el mexicano es como un axolotl, un reptil “primitivo” que solo en situaciones muy especiales desarrolla sistemas de vida avanzados pero una vez transcurridas estas situaciones regresamos a punto de origen.

Muchas veces preferiríamos ser otros, como algún de boxeador que se vuelve campeón aun en condiciones adversas, el Santo que salva el día o carpintero pobre que al final del día es feliz, dejar que otros carguen con la pesada loza de nuestra existencia, muchos piensan de esta manera, transformarnos en un ser superior que no sufre las aflicciones que se tienen en el día a día por lo que buscamos fusionar parte de nuestras tradiciones con elementos externos para tratar de llenar el vacio que muchas veces se siente. Roger Bartra comenta que “el mexicano aparece como un hombre que huye, que se fuga de la dolorosa realidad que lo rodea”, siendo la apatía un estereotipo casi mitológico, pues muchas veces hemos escuchado y en ocasiones pensado ¿Por qué votar? ¿Por qué aprender y pensar? ¿Por qué cambiar si al final seremos iguales? A pesar de esta clase de ideologías muchos han cambiado y han descubierto que el cambio es bueno, siempre es bueno.

A pesar de la apatía que nos caracteriza como sociedad, cierta pasión, cierto entusiasmo cuando decidimos ver las situaciones que nos conciernen. Bartra explica que “la emoción del mexicano proviene del mestizaje entre violencia e impotencia. Por ello se supone que es agresivamente apasionado, aunque fácilmente se disuelve en ruegos y quejas”. Por eso tenemos festejos tan coloridos, vivos y alegres a pesar de que estemos pasando por una crisis existencial, muchas personas la sufren a lo largo de su vida, esto nos permite huir del tedio de lo cotidiano, expulsar nuestras quejas, nuestros rencores y envidias, nos permite recordar a las madrecitas de más de uno, para bien y para mal. Bien señala Bartra “el relajo tiene su origen en una actitud de auto-defensa popular”, simplemente tengamos como ejemplo las quinceañeras que se les realiza a las jovencitas que han alcanzado dicha edad, muchas veces los padres y en ocasiones los familiares empeñan hasta la ropa interior con tal de realizar este majestuoso, pomposo y acostumbrado festejo que solo será disfrutado por un día y después regresará todo a la normalidad; y todo por que no sabemos si mañana podremos morir. Y este concepto de tiempo y muerte se encuentra muy arraigado dentro de nuestra cultura, por un lado creemos que somos tan infinitos como el tiempo y realizamos las tareas “pa´l rato” o “luego” pues creemos que ese momento no nos alcanzara, pero también creemos en lo finito de la vida, en su caso la muerte como nuestro fin absoluto, del cual nos burlamos aun cuando tememos que nos llegue la hora pues siempre la caricaturizamos y parodiamos para tener una auto-defensa de aquello que en el fondo tememos, una vez alguien dijo: “Yo no le temó a la muerte” entonces alguien más le preguntó “¿Cuántas veces has muerto para ya no tener miedo?”.

Otro elemento que nos conforma es la posición que tiene muchas veces la mujeres en la sociedad, este concepto ha ido cambiando con los años y con el cambio de ideologías, por un lado tenemos a una madre amorosa protectora y con un aura tan poderosa y buena que nos infunde confianza y voluntad para continuar pero por otro esta la mujer fértil que se ha convertido en un objeto manipulable a nuestro antojo que en cualquier descuido puede traicionarnos sin miramientos. El primer caso los tenemos representado en La Virgen de Guadalupe y el segundo en La Malinche o más bien en La Chingada, ambos conceptos se unen de una forma insospechada y curiosa dentro del pensar de muchos mexicanos. Un concepto que sigue arraigado a pesar de que la mujer mexicana se ha “independizado” en muchos aspectos de la familia y del hombre, esta noción se encuentra dentro de la mente de hombre y mujeres.

Nuestro mestizaje de distintas formas, tanto raciales como ideológicas, son las que nos definen en nuestra forma de pensar y actuar, la algarabía que sentimos cuando festejamos, el disimulo de nuestro rencor y tristeza, el remitir la impotencia en cada oportunidad que tenemos. Cada uno de nosotros tenemos un México dentro, tan particular como único, donde a pesar de los cambios de ideas y de costumbres siempre le daremos un toque característico del país en el que nacimos.

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