The Conjuring: No hay Tanta Furia en el Infierno

James Wan ha dedicado su carrera al género de terror, primero dirigió Saw (Juego Macabro) y después Insidious (La Noche del Demonio) con las cuales tuvo un éxito notable. Ahora retorna con The Conjuring (El Conjuro), una cinta que recurre a la fórmula del cine de terror de los años 70.

Harrisville, Rhode Island, otoño de 1971, Lorraine (Vera Farmiga) y Ed Warren (Patrick Wilson), una pareja de investigadores paranormales profesionales, son consultados por Carolyn (Lili Taylor) y Roger Perron (Ron Livingston), quienes viven en una casa campestre en Rhode Island que parece estar embrujada, poniendo en peligro al matrimonio y a sus pequeñas hijas.

Es por demás conocido que muchas, si no es que todas, las películas de terror que se desarrollan en un lugar embrujado con historias de fantasmas siguen la misma fórmula: Una familia llega a nueva casa, se oyen ruidos y ocurren acontecimientos extraños, alguno de ellos es atacado violentamente, obviamente hay fantasmas, buscan apoyo de “expertos” quienes llegan a ayudar, descubren por qué de los acontecimientos, la situación empeora, alguien encuentra la forma de solucionarlo y todo se arregla, o pareciera que así es. Formula que se ha convertido en un cliché y que, al menos para mí, provoque una verdadera falta de interés hacia las películas de este tipo en cuanto las escucho anunciadas.

Y aun cuando El Conjuro cuenta con dichos clichés, logra diferenciarse de las demás al utilizar dichos elementos de forma tremendamente efectiva en lo que hace. Los sustos están construidos con muy buen suspenso y no se basan en trucos bajos como “repentinos golpes de sonido”, “música estridente” o “ la repentina aparición de un animal”. Otro punto a favor de esta cinta es el hecho de que prescinde de la violencia y el gore, como si ver sangre en la pantalla fuese sinónimo de terror. No necesita esos elementos para asustar e intimidar al espectador.

Y es que el planteamiento de la historia es sólido y bien narrado que funciona como un preciso ejercicio de estilo que perturba e incómoda al espectador. Con ello Wan nos demuestra su dominio sobre los recursos del género; establece una atmósfera que se vale de lo predecible de una trama para que esta resulte efectiva. Dicha atmosfera la logra a través del diseño de cada escena, las cuales sólo basta un par de estas para conocer perfectamente la casa y nos familiariza con los pormenores que en ella ocurren, lo cual nos da un muy buen sentido de la ubicación respecto donde ocurre cada evento, lo que realza los sustos. Este escenario principal tiene un ambiente lóbrego muy bien conseguido sin llegar a ser exageradamente tétrico, dicha atmosfera tenebrosa es acentuada por el excelente y adecuado manejo de las presencias fantasmagóricas.

Tanto los artificios como la ambientación son un claro referente al cine de terror y suspenso de hace 30 o 40 años, incluso de hace 50 años, aunque tal comparación no es gratuita ni exagerada; en la cinta podemos encontrar semejanzas con The Exorcist (El Exorcista), The Amityville Horror (El Horror de Amityville), Poltergeist (Juegos Diabólicos), The Birds (Los Pajaros), entre otras.

Un aspecto importante, y que debemos aplaudir al director, es la ambientación de la época de los 70’s, periodo donde se desarrolla la trama; nos muestra muchas de las características de la época, la ropa, los peinados, los vehículos y sobre todo la música.

Otro detalle genial es la forma en la que apunta a un universo que se extiende más allá de la trama principal del filme pues nos presenta “La Sala de Artefactos Malditos”, un almacén donde guardan objetos que aparentemente contienen energía demoniaca y/o malévola, lugar que sirve como introducción para la trama principal.

Por otra parte, y hablando del elenco que conforma la película, la vulnerabilidad de los personajes hace que uno se involucre emocionalmente con ellos y que su angustia creciente ayuden a acrecentar la sensación de miedo en el espectador. Las actuaciones, tanto de Vera Farmiga como de Patrick Wilson son espectaculares como la pareja de investigadores que no tienen miedo a los que se enfrentan y al mismo intentan realizar su trabajo sin salir lastimados.

James Wan realiza una estupenda y terrorífica puesta contando con sólidas actuaciones, una briosa e inspirada partitura de Joseph Bishara y una cámara ingeniosa de John R. Leonetti demostrando que no hace falta ni sangre, ni gore, ni siquiera un planteamiento original para realizar una verdadera película de terror, sólo hay que saber crear ambiente adecuado, saber cómo y dónde poner los sustos y poner en pantalla a unos personajes por los que de verdad nos preocupemos, y no caer en el cinismo y ni ironía que muchos directores usan para llamar la atención. Eso es todo, esa es la fórmula para una buena película de terror.

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