La ironía ha muerto

A todos nos ha ocurrido. Escribes un twitt o publicas una frase en Facebook cargada de ingenio, de humor sutil, que hará que todos tus seguidores y amigos quemen sus ratones de tanto retwittear y cliquear ‘Me gusta’. Sin embargo, pasa desapercibida. O lo que es peor, el personal te responde en serio, sin entender la fina ironía del enunciado. “¿Tenía que haberle puesto un emoticon al final?”, piensas mientras dudas si borrar el frustrante comentario. Y mientras parece que la única explicación es que todos tus amigos son subnormales, también hay otra: que los modos de consumir información online han matado la ironía.


La ironía es una de las herramientas más sofisticadas de todas las que son propiamente humanas. Precisamente, porque su mayor fortaleza es también la peor de las debilidades. No todo el mundo puede captar la ironía en cualquier contexto y muchos ni siquiera están dispuestos a permitir que suceda. Sencillamente, requiere más esfuerzo. Una investigación publicada en 2010 analizó el tiempo que un grupo de personas tardaba en leer frases irónicas y no irónicas; a los investigadores, de las universidades de Glasgow y Nottingham, les sorprendió que la diferencia fuera tan notable. Analizando el movimiento de los ojos de los lectores, descubrieron que releían las sentencias irónicas: sus ojos llegaban al final de la frase y regresaban al principio para repasarla. Literalmente, la ironía tiene una doble lectura. Y obliga a realizarla.

Tal vez nosotros ya no tengamos tiempo para dobles lecturas. Navegamos con cientos de pestañas del navegador abiertas, seguimos a cientos de cuentas en Twitter, consultamos docenas de titulares en tres golpes de rueda del ratón. Hasta ahora sabíamos que un porcentaje muy elevado de comentarios en las noticias los escribe gente que no se ha leído la noticia; ahora ya no nos sorprende descubrir que ni siquiera se ha leído el titular entero. No hay tiempo que perder: otro estudio reciente muestra que, en los últimos tres años, se ha reducido notablemente la longitud de los twitts. Y los más retwitteados son los que no llegan a los 110 caracteres. No me obligues a leer tanto.

“Donde hay ambigüedad suele haber humor. Y no es fácil de detectar”, señala Paolo Rosso, lingüista computacional de la Universitat Politécnica de Valencia. Su trabajo en los últimos años consiste precisamente en eso, en detectar el humor y la ironía en los mensajes que dejamos en internet. Del mismo modo que el traductor de Google no capta los dobles sentidos humorísticos, puede haber personas a las que se les escapen, reconoce. “Todo lo que no es literal es difícil de entender”, explica, “más todavía cuando se transmite en un texto y no oralmente”. La ironía se defiende muy bien con el tono de voz, con el arqueo de una ceja, con la expresividad de las manos. Pero por escrito todo se complica tremendamente, aunque su equipo (Natural Language Engineering Lab del PRHLT Research Center) está a la cabeza en la detección de la ironía escrita. Casi podríamos decir que sus ordenadores la captan con más facilidad de muchos de vosotros, queridos lectores.

“En las quince palabras que tiene un twitt es mucho más difícil de detectar que en una novela de Oscar Wilde”, razona Rosso. “Por eso, [La ironía] es distinta según el canal en el que se emita”. Naturalmente, no escribimos igual en un blog que en la reseña de un producto en una tienda online, aunque sea para usar la ironía o el sarcasmo. Como ejemplo, un estudio de la Universidad de Calgary detectó que, de los muchos tipos distintos de ironía que existen, en los blogs se tiende a usar principalmente la hipérbole (“paso el 500% de mi vida exagerando”) y la atenuación (“Messi parece buen futbolista”). En Twitter, sin embargo, se tiende a responder a la pregunta de “¿Qué está pasando?” y por eso las frases irónicas que cuentan con muchos más adverbios y preposiciones, según explica Rosso.

“Si la ironía ha cambiado, el uso del lenguaje para provocar humor también ha cambiado.” ¿De qué manera? “No es fácil saberlo. La ironía no desaparece, se adapta. No es que desaparezca, es que muta y se adapta al discurso propio de cada canal”, asegura el investigador de la Politécnica de Valencia. La ironía es una herramienta muy interesante en nuestro sistema económico. De esto se dieron cuenta rápidamente en una empresa como Toyota después de que sus coches mostraran un problema de frenado. Las grandes corporaciones monitorizan su imagen en las redes sociales y detectaron un aumento de los mensajes positivos hacia su marca. ¿Era cierto? No, en realidad eran mensajes irónicos y sarcásticos: “Tengo el mejor coche, frena cuando quiere”. Gracias a trabajos como el de Rosso las marcas comenzaron a interesarse por la ambigüedad. (También los partidos políticos, para saber qué opinan de sus líderes).

Pensamos que llevamos toda la vida escribiendo chistes en internet, pero si echamos la vista atrás, los más viejos del lugar apenas llevan una década escribiendo en blogs, apenas un lustro en Facebook, dos o tres años twitteando. Es posible que todavía no nos hayamos adaptado del todo a los matices que requiere cada canal, y nos vemos obligados a sacrificar sutilezas por el camino para lograr que llegue el mensaje. De este modo, estamos acostumbrando mal al lector, que espera ideas más simples, chistes más explícitos, ironías menos sutiles. Tal vez, con tanto emoticon y tanto hashtag estemos matando la ironía al hacerla tan obvia.

Visto en: VICE España

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